image

Monografía Municipal de Zapotlán el Grande, Jalisco

Por el historiador e investigador Fernando G. Castolo, Cronista Oficial de la Ciudad

Zapotlán el Grande es un municipio pequeño, con casi trescientos kilómetros cuadrados de superficie, situado al sur de Jalisco, en la región occidente de México. Su agradable clima lo debe a elementos naturales que embellecen sus alrededores: el cercano Parque Nacional Nevado “Colima”, hacia el poniente, y su hermoso espejo de aguas dulces, donde conviven gran variedad de flora y fauna, hacia el norte.

La cabecera de este municipio es Ciudad Guzmán, localizada en el valle de Zapotlán, misma que fue fundada en la primera mitad del siglo XVI, por el andariego fraile Juan de Padilla, de la venerable orden de san Francisco. Se ubica esta ciudad a más de mil quinientos metros sobre el nivel mar, teniendo como próximas la ciudad de Guadalajara, capital de Jalisco, y el puerto de Manzanillo, en el vecino Estado de Colima.

La población de Ciudad Guzmán alcanza los ciento veinte mil habitantes, convirtiéndose en el más importante centro urbano de la región. Su economía se basa en la agroindustria y el comercio a gran escala, así como en la ganadería y la industria de productos diversos en pequeña escala. Sin embargo, el principal detonador de esta ciudad, sin duda, lo es el establecimiento de centros educativos, vocación que se ha visto acelerada en los últimos años. En la década de los sesenta, del pasado siglo, abre sus puertas el Centro Normal Regional, recibiéndose a gran número de alumnado de diversos puntos de la República. Diez años más tarde se establece el Instituto Tecnológico; y dos décadas después el Centro Universitario del Sur, dependiente de la Universidad de Guadalajara, la más antigua institución de instrucción pública en el Estado.

Un vistazo por esta ciudad nos hace redescubrir su dimensión en el panorama político, social, comercial y cultural de México. Por principios de cuentas, la gran variedad de vestigios encontrados en su suelo, nos hablan de la presencia prehispánica del primitivo pueblo de Tlayolan-Tzapotlan, denominación con que era conocida la comunidad asentada en el valle, presumiblemente otomí, misma que se hallaba bajo el dominio del señorío michoacano.

La tradición versa que fue en 1533 cuando el pueblo es fundado por los peninsulares, poniéndolo bajo la protección de Santa María de la Asunción, desapareciendo con ello el antiguo asentamiento prehispánico de idólatras costumbres. Como parte del ejercicio de conversión de los naturales de la región, Padilla implementó el teatro edificante llamado Pastorela, con el cual instruyó a los indígenas en las cosas de la fe cristiana; además, fundó una de las primeras escuelas de canto del occidente mexicano.

En el corazón de Ciudad Guzmán todavía se observa el templo católico de El Sagrario, iglesia mayor que regenteó en sus primeros años fray Juan de Padilla, cuando construyó el convento en 1535, con la ayuda moral y económica del primer virrey de la Nueva España, don Antonio de Mendoza. El Sagrario, que resguarda celosamente las reliquias de san Tranquilino Ubiarco, zapotlanense mártir de la guerra cristera, es considerado como una joya patrimonial de la ciudad; cuenta con una planta arquitectónica en forma de cruz griega y es de los escasos ejemplos que subsisten de corte herreriano, cuya inspiración es El Escorial, una de las construcciones más representativas de España.

Comentan los cronistas novohispanos que el dialecto con el cual se comunicaban los antiguos pobladores era el tzapoteco, y que adoraban como principal deidad a Tzapotlatena, a la que solicitaban su intervención en enfermedades físicas que padecían. De igual forma tenían una especial veneración por Xipe-totec, el dios de los desollados, a quien recurrían en sus múltiples necesidades, sobretodo en el campo de la agricultura, para que les prodigara de buen temporal.

El primigenio trazo de Ciudad Guzmán, según lo planificó Padilla, se basaba en la retícula cuadriculada, es decir, solares o manzanas con dimensiones de cien por cien varas castellanas, donde se dispusieron las residencias de los españoles, separadas éstas por calles y avenidas que daban paso a las diligencias, arrieros y peatones que circulaban por ellas. En el casco viejo de la ciudad esta traza pervive en la actualidad, ahora invadida por una serie de comercios que hacen bullicioso el deambular en la zona.

Los pobladores indígenas nativos fueron desplazados hacia el sur, en el punto denominado Analco, al otro lado del arroyo Los Guayabos, que en la actualidad cruza subterráneamente por la mitad de la ciudad. Este río de aguas corrientes abasteció del vital líquido por muchos años a la comunidad, al igual que lo hicieron otros importantes arroyos como Tochtona (al sur) o Chuluapan (al norte).

Santa María de la Asunción de Zapotlán, nombre con el cual fundan la ciudad los peninsulares, inicialmente se encontraba dentro de los territorios comprendidos en la Nueva España, reconocido como parte de las encomiendas del conquistador Hernán Cortés. Durante los trescientos años que México permaneció bajo el yugo de la corona española, poco o nada se desarrolló esta ciudad; es más, su escasa importancia era opacada por pueblos como Tamazula o Tuxpan, con los que se conformaba en Provincia.

A mediados del siglo XVIII, con el velo de las sombras de la época, con la ignorancia, la superstición y el terror que provocaban los constantes temblores y erupciones volcánicas que azotaban a la población, nace una ardiente devoción religiosa, y la comunidad encomienda su desnuda y frágil humanidad a san José, proclamándolo como su protector y patrono, al que honran anualmente con gran solemnidad durante el mes de octubre.

En torno a esta fiesta, las manifestaciones de carácter local no se hacen esperar. Una de las principales es la danza que llaman de los Sonajeros, donde varios hombres visten de manta blanca y de chalecos multicolores, llevando en la mano un bastón con ruedas de latón que hacen sonar al compás de los monótonos pasos que siguen, según el ritmo de la música que les acompaña, a la que llaman chirimía.

Otro de los atractivos es la procesión que se realiza por la tarde del 23 de octubre. En ella varias alegorías que representan artísticos cuadros bíblicos montadas en plataformas y transportadas por tractores, desfilan por las principales calles de la ciudad, entre las cuales van las cuadrillas de danzantes y Sonajeros. Al final de esta procesión un enorme trono, que es cargado por un numeroso grupo de hombres, lleva al santo patrono, al que aclaman con vivas y aplausos y una serie de cohetes que hacen estallar en las alturas. La fama de estas fiestas rebasa las fronteras políticas y geográficas del orbe gracias, en gran medida, a los hijos ausentes que se encuentran dispersos en otras latitudes y que, año con año, asisten con gran entusiasmo a las mismas.

La Catedral (categoría que alcanzó en 1972), símbolo del dinero, la fe y el cristianismo de Ciudad Guzmán, es el principal recinto religioso de la región. Es el santuario donde se resguarda la taumaturga imagen de san José. La belleza de este recinto, orgullo de sus pobladores, se debe, sin duda alguna, a la incansable labor de los ministros que regentearon la parroquia durante las más de tres décadas en que duró su construcción; obra inspirada en la majestuosa catedral de la metrópoli tapatía y puesta al servicio del culto público hace ciento veinte años. En su interior se observan hermosos retablos que se deben al exquisito pincel de Rosalío González Gutiérrez. Complementan su decoración múltiples y valiosas esculturas y coloridos vitrales que narran la bíblica vida de los patriarcas de la iglesia católica.

La neoclásica iglesia de planta basilical y bóvedas góticas fue admirada por el gran poeta chileno Pablo Neruda quien, al contemplarla, refirió: “Es una de las pocas iglesias que me inspiran afecto, siento la grandeza de todos sus espacios…”; mientras decía esto, las sonoras campanas de la catedral empezaron su cantar y entonces el poeta cantó un hermoso soneto: “Ciudad Guzmán sobre su cabellera/ de roja flor y forestal cultura,/ tiene un tañido de campana oscura,/ de campana segura y verdadera…”

Gran parte de la cantera con que edificaron la catedral fue traída de una cercana mina de rocas grises localizada al norte del municipio, en un punto denominado San Andrés Ixtlán, donde existe un banco de material del cual provienen la mayor parte de las piezas que adornan artísticamente los frisos de los vanos de puertas y ventanas de los edificios, así como las columnas y arcos de los portales, que acordonan la plaza central y que representan la principal característica del primer cuadro de la ciudad.

Las ágiles manos de los labradores de cantera de la localidad, cuentan con una fama y adiestramiento milenario, ya que en el subsuelo del valle se han localizado varias piezas monolíticas prehispánicas, y Atequizayán, comunidad ubicada dentro del territorio municipal, fue el lugar donde proliferó con más ahínco este arte.

La plaza principal de Ciudad Guzmán permite observar la gracia de las portadas de los más importantes edificios, sean de corte civil o religioso. Esta plaza, tanto por sus dimensiones como por su belleza, alguna vez fue comparada por el cronista de la ciudad de México, José Luis Martínez, con el zócalo capitalino. En medio de los prados arbolados se levanta una construcción de corte clásico, que simula un monóptero y que llaman kiosco, inspiración original del arquitecto Vicente Mendiola Quezada, en cuyo intradós se puede apreciar una obra mural que representa la otrora y afamada del Hospicio Cabañas de Guadalajara, pintada aquella por el más importante muralista mexicano orgullosamente nacido en esta ciudad, José Clemente Orozco, conocida como “El hombre en llamas”.

En torno a esta plaza se encuentra el edificio del Ayuntamiento, construcción de corte vanguardista, que debe su desfiguro a la intervención que tuviera en la década de los setenta del pasado siglo. El edificio original data de 1912, y el último tratamiento que sufrió fue en 1994, al tiempo en que fue modificada su actual portada de inspiración neoclásica. Su interior resguarda un mural del pintor Daniel Quiroz, donde se reseña la historia de la ciudad. Otros edificios importantes que rodean a la gran plaza es el hotel Zapotlán, el Palacio de los Olotes y la casa Vergara (hoy centro comercial), todos de un exquisito corte ecléctico, producto de la influencia afrancesada de la época de su construcción, entre finales del siglo XIX y principios del siglo XX.

Esta época, por cierto y sin duda, fue la del mayor auge que tuvo la ciudad a lo largo de su historia, la que ya cuenta casi cinco siglos desde que fue concebida por los peninsulares. Después de haber alcanzado México su independencia, Zapotlán, que ya había dejado de pertenecer a los territorios de la Nueva España y se había incorporado a los de la Nueva Galicia ?fundado por Nuño Beltrán de Guzmán en los anales de la conquista?, empieza a tener un papel fundamental en el desarrollo de la economía regional. Por principios de cuentas es rebautizado como Zapotlán “el Grande”, dado que era el pueblo conocido como Zapotlán más grande de los incluidos en los territorios de Nueva Galicia.

La estratégica ubicación de Zapotlán el Grande la hacen preferible de cualquier otro pueblo circunvecino, sobretodo por la elite social en poder, conformada por la nueva aristocracia del México independiente. En 1813, todavía bajo el influjo de la corona española, conforma su régimen administrativo llamado Ayuntamiento Constitucional. Para 1824, le es otorgado el título de “ciudad”, al tiempo en que intenta, fallidamente, separarse del naciente Estado de Jalisco y formarse en territorio independiente de la nación. Este acto fue recriminado por muchos años por la capital jalisciense, evitando los apoyos y las ayudas que la población requería para fortalecer su economía. Sin embargo, el coraje de los zapotlenses hace que la ciudad no decaiga, sino que, al contrario, se logra consolidar como el polo comercial más importante de la región, inclusive por encima de la capital colimense, aspecto que le valió ser elevada a cabecera del Noveno Cantón en 1856, quedando bajo su dominio los más ricos y productivos suelos de Jalisco, donde se cosechaban el maíz, el frijol, la caña, el trigo y la cebada en gran cantidad.

En este mismo año, el Gobernador del Estado, general Santos Degollado, decide cambiar el nombre de la ciudad, de Zapotlán el Grande a Ciudad Guzmán, en homenaje al insurgente y general, oriundo del cercano pueblo de Tamazula, Gordiano Guzmán, perpetuando de esa manera la memoria del que fue consagrado como uno de los héroes en los turbulentos movimientos sociales que siguieron afectando a México después de su independencia en 1821, quien fuera traidoramente asesinado por los “esbirros de Santa Anna”.

Para esta época un trascendente episodio marca la importancia de Ciudad Guzmán en el panorama nacional. Ante la inestabilidad social que imperaba en la República, el presidente Benito Juárez, habiendo instalado su gobierno en Guadalajara, decide emprender camino rumbo al puerto de Manzanillo, para embarcarse y retomar nuevos bríos en su lucha por conseguir la anhelada paz en México. Llega a pernoctar la noche del 23 de marzo de 1858 en compañía de su tropa, proclamando en decreto que la ciudad se convierta provisionalmente en la capital de Jalisco.

A la par del auge económico que, la ahora Ciudad Guzmán, experimentó durante la segunda mitad del siglo XIX, la actividad cultural también experimentaba sus primeros y agigantados pasos. Para 1868 se funda el primer centro de estudios importante de la región, el Seminario que, aunque su tarea primordial era preparar futuros sacerdotes, los jóvenes de la época aprovecharon muy bien sus aulas, en las que lograron formar y forjar sus diversas vocaciones, convirtiéndose en hombres dedicados a las ciencias y a las artes, y no necesariamente a la profesión presbiteral.

El Seminario de Ciudad Guzmán fue el cobijo inicial de los sabios José María Arreola y Severo Díaz, precursores en la observación meteorológica; del ingeniero Salvador Toscano, introductor del cinematógrafo a México; del afamado escritor Guillermo Jiménez, diplomático en Europa; del extraordinario compositor José Rolón, director del Conservatorio Nacional, y de muchas otras personalidades que labraron la bien ganada fama de la que es conocida como “cuna de grandes artistas”.

Para 1895 llega a regentear la parroquia de Ciudad Guzmán el que es considerado, sin duda, el más destacado y visionario hombre de todos los tiempos, Silviano Carrillo y Cárdenas. Este sacerdote, oriundo de Pátzcuaro, Michoacán, gobernó la mitra local por cerca de veinte años, tiempo en el cual logra posicionar a la ciudad en la segunda más importante de Jalisco. Con su espíritu jovial entusiasma a la población, la que pone manos a la obra para impulsar ambiciosos proyectos, como la introducción de la luz eléctrica, el telégrafo y el teléfono; la ejecución de edificios que hermosearon la traza urbana como la Catedral, el Ayuntamiento, el neogótico templo de san Antonio, cuyo piso cosmatesco es único en la República; el ecléctico edificio del Santuario guadalupano, el hospital san Vicente y el Mercado municipal; así como magnas construcciones dedicadas a la educación: la hoy escuela de instrucción primaria María Mercedes Madrigal y la hoy Escuela de la Música “José Rolón; el edificio del Monte de Piedad (hoy Centro Cultural “José Clemente Orozco”) y la Casa Cural (hoy Casa Ejidal). Sin embargo, lo más acertado de la época fue la introducción de la línea ferroviaria, misma que vino a inyectar una bulliciosa actividad comercial que estimuló la presencia de sucursales de empresas transnacionales con gran éxito.

El viejo continente aprovechó esta dinámica y en México, localidades como Ciudad Guzmán, se vieron invadidas de negocios que eran administrados por personajes de apellidos extraños, algunos de los cuales logran posicionarse y ser considerados como parte de la cerrada elite local. Al establecer lazos matrimoniales con las mujeres nativas, acceden a las riquezas de las tierras y ponen sus conocimientos al servicio de ellas, logrando verdaderos emporios, y otorgando un segundo aire a las haciendas diseminadas en la región, las que adquieren un nuevo aspecto europeizado.

Esta época es el entorno en el cual nacen dos de las fábricas que subsisten hasta la fecha y que su presencia es conocida y reconocida en recónditos lugares del orbe. Se trata de la fábrica de cerillos La Fe y la chocolatera Rey Amargo; que, en unión con la elaboración de las palanquetas de nuez (espejos de azúcar cubiertos de este fruto seco) y los ponches de frutas, en granada y guayabilla principalmente, representan los principales atractivos de los productos gastronómicos artesanales de Ciudad Guzmán. A la par, por supuesto, perviven actividades como la tenería y la alfarería.

Sin embargo, esta estabilidad que la ciudad experimentaba no duraría mucho. La dictadura del general Porfirio Díaz, entonces presidente de México, empezaba a ser insoportable para algunos grupos de la sociedad que decidieron levantarse en armas e iniciar la llamada Revolución Mexicana en 1910, afectando los intereses, sobretodo, de los ricos hacendados. Ciudad Guzmán basaba en gran medida su poder económico en este tipo de organización territorial, por lo que el movimiento, en sí tuvo un fuerte impacto, y los principales capitalistas se ven obligados a trasladarse a las grandes ciudades para salvaguardar sus intereses.

A la par de este movimiento social, Ciudad Guzmán sigue sufriendo los embates de los movimientos telúricos. En 1911 un fuerte temblor hace que colapsen varios edificios, dejando un considerable número de heridos. La institución de la Cruz Roja Mexicana tuvo su primera importante participación en un desastre de índole natural. Un par de años más tarde, el volcán “Colima” tiene una de sus principales erupciones en la historia, sepultando a la ciudad en una considerable capa de cenizas. Sobre este acontecimiento, Guillermo Jiménez narra: “… eran como las diez de la mañana; el volcán de Colima había hecho erupción; las llamas salían del cráter inmensas, amenazadoras; una negra columna de humo se tendió en el confín. Comenzó a oscurecer, como si llegase la noche, y una menuda lluvia de arena cayó sobre el pueblo. El pavor se extendió en la ciudad, los habitantes salían atónitos de sus casas y corrían al llano y a la montaña; parecía el juicio final…”

Por cierto, otro diminuto volcán que es cobijado por el valle zapotlense, en la parte poniente, es el Apaxtépetl que, por fortuna, se encuentra dormido. La función que le han dado los pobladores es como banco de piedras llamadas tezontel. Su aspecto, aunque tétrico, es conmovedor, ya que elevados muros grisáceos, que se combinan con extraña flora, conforman una extraordinaria geografía, ejemplo de la diversidad paisajista que se puede admirar dentro de los límites municipales. En sus entrañas existen algunas cuevas mismas que, comentan coloquiales versiones, fueron las que habitó el legendario bandolero de leyenda Vicente Colombo.

Para 1914, arriban a la ciudad las tropas carrancistas, aquellas que apoyaban la causa de Venustiano Carranza, el “caballero azul de la esperanza”, como fue llamado por el propio Guillermo Jiménez que le dio la bienvenida. Ciudad Guzmán, por segunda ocasión, es declarada capital de Jalisco. Entonces, gran parte del patrimonio edificado es tomado por estas tropas para que funcionen como cuarteles. Entre los inmuebles ocupados se encontraba la casa Sánchez Aldana, señorial y hermoso edificio con su patio y arcadas al interior. Ahí se establece el general Isaac Velázquez y su familia. Durante su estadía conciben a la pequeña Consuelo, que con el tiempo se convertiría en una de las más afamadas compositoras del mundo. Su más conocida canción es “Bésame mucho”, que ha sido interpretada en diversos idiomas y es considerada como un verdadero himno universal al amor.

Mientras la humanidad se encontraba expectante a los acontecimientos de la primera guerra mundial, la región del sur de Jalisco daba al mundo de las letras dos de sus más grandes exponentes. Para 1917 nace en Sayula Juan Rulfo, el autor de la celebrada novela Pedro Páramo; y para 1918 nace en Ciudad Guzmán Juan José Arreola. Ambos son conocidos en el medio literario como la “yunta de Jalisco”. Rulfo, según versiones del propio Arreola, pasó parte de su niñez en Ciudad Guzmán, viviendo muy cerca de su casa paterna, en la entonces calle de La Montaña.

A finales de la década de los veinte, estalla la más absurda de las luchas sociales del México moderno, la llamada Guerra Cristera, donde los enfrentamientos a favor y en contra de la iglesia católica derramaron gran cantidad de sangre inocente. En Ciudad Guzmán, el culto religioso cierra sus puertas de manera definitiva a mediados de 1926, al tiempo en que los grupos radicales se empeñan en pretender quemar la taumaturga imagen josefina. Unos y otros se apedrearon en las afueras del templo parroquial, calmándose finalmente los ánimos con la presencia de las tropas armadas que arribaron a la ciudad.

Con la llegada a la Presidencia de la República del general Lázaro Cárdenas en 1934, se cristalizan los anhelos de gran parte del campesinado, al desarticular de forma definitiva las haciendas y entregar las tierras “a quien las trabaje”, lema con el que abanderó su lucha social el héroe mexicano Emiliano Zapata. Los campesinos fueron integrados en grupos ejidales para su nueva organización; sin embargo, aunque ya tenían la tierra para ellos, no contaban con las herramientas mínimas indispensables para ponerse a trabajarlas, con lo que el estado mexicano entró en una agudeza económica que dio como resultado el que muchos paisanos empezaran a emigrar rumbo a los Estados Unidos de América, en busca de mejores condiciones para su subsistencia. Es la época de los braceros.

A pesar de los embates, Ciudad Guzmán no deja de ostentar su populosa situación de segunda capital jalisciense, impulsada en gran medida por la Cámara de Comercio local que era encabezada por uno de los principales capitalistas de la región, don Guillermo Ochoa Mendoza, quien, por cierto, estimula la creación del Ingenio Tamazula. Esta empresa, en conjunto con la explotación de la cal y el cemento en Zapotiltic y, finalmente, la apertura de la fábrica de papel en Atenquique, estabilizan en gran medida la economía regional, reconociendo como centro hegemónico a Ciudad Guzmán.

La década de los años treinta trajo consigo un segundo aire a la pervivencia cultural, con la fundación del grupo “Cervantes Saavedra” y la inauguración del centro escolar de educación secundaria. La siguiente década fue la que vino a consolidar este bagaje cultural. El “Cervantes Saavedra” es renovado en “Arquitrabe”, grupo que impulsa la creación de una de las más arraigadas tradiciones de la ciudad, los muy afamados Juegos Florales, que vienen a completar las actividades en torno a la populosa Feria de Zapotlán, misma que fue instituida a partir de 1925, tiempo del cual datan las fastuosas coronaciones de las damas que representan la belleza de Ciudad Guzmán.

Pero, sin duda alguna, el cenit de este movimiento que alentaba el arte y la literatura, confluye en la década de los cincuenta, que es cuando en el Estado se crea un premio que estimula este tipo de cualidades. Al Premio Jalisco acceden los principales exponentes de las letras locales: Roberto Espinoza Guzmán, Félix Torres Milanés, María Cristina Pérez Vizcaíno y Juan José Arreola Zúñiga, consolidándose la fama cultural de la ciudad en el panorama nacional. El poeta tabasqueño Carlos Pellicer se atrevió a bautizarla como la “Atenas de Jalisco”. Por esa misma época la Escuela Preparatoria por Cooperación abre sus puertas; y san José es ceñido en sus sienes con una corona de oro, por mandato de su santidad Pío XII.

Hacia la década de los años setenta, Ciudad Guzmán experimenta un cambio radical en su fisonomía urbana. Los característicos aleros que soportaban los tejados de las casas diseminadas en la traza son retirados, a fin de desaparecer cualquier aspecto “pueblerino” que no se adaptara a la vanguardista ciudad que estaba emergiendo. Los edificios de líneas simples hacen acto de presencia. Se incluyen elevadores eléctricos y estacionamientos subterráneos. El edificio del Ayuntamiento es completamente reformado, al igual que la plaza principal, donde existía un hermoso kiosco afrancesado que fue retirado y en su lugar construido un gran tablero cubierto por una caprichosa hiperbólica, que semejaba una concha acústica, al que la vox populli empezó a conocer como “el sombrero de tres picos”.

Todos los jardines públicos con que contaba la ciudad, fueron dotados de conjuntos escultóricos que recordaban a los héroes y a los ilustres personajes, tratando de ofrecer una nueva propuesta de identidad. La encomienda recae en el escultor Ramón Villalobos Castillo, quien se encarga de renovar y embellecer con sus modernas y monolíticas obras las planchas de concreto en que se habían convertido los escasos espacios ajardinados de la ciudad.

El año de 1985 marcó un parte aguas en la vida histórica de Ciudad Guzmán. Un fuerte terremoto la sepultó en ruinas. Prácticamente la ciudad quedó en un total desfiguro y por sus calles apenas si se podía transitar. Aunque se lamentaron, relativamente, pocas muertes, la pérdida material obligó al gobierno a declararla zona de desastre, movilizándose gran cantidad de apoyos, tanto de instancias naciones como internacionales. Doscientos años atrás la ciudad ya había experimentado un movimiento telúrico similar, pereciendo en aquella ocasión dos mil personas entre los escombros del templo parroquial.

Muchas de las víctimas que ha cobrado este tipo de fenómenos naturales, yacen inertes en el cementerio municipal. La centenaria necrópolis guzmanense se desplaza hacia la parte poniente de la ciudad, donde se elevan hermosas capillas y pulcras cruces que se entremezclan con los verdes árboles y las esbeltas palmeras, que susurran ante el inevitable vaivén del viento. Allí reposan los restos mortales del prestigiado médico Antonio González Ochoa, cuyos estudios en torno a la micología le valieron el Premio Nacional en Ciencias en 1973.

Hacia el otro lado, en el punto denominado Las Peñas, rocosa falda al oriente de la ciudad, aún se observan las ruinas de la otrora opulencia industrial que caracterizó por muchos años a esta localidad. Son las ruinas de un molino de harina de trigo, que aprovechaba las aguas del arroyo Los Guayabos para mover el mecanismo que trituraba los granos. El otro molino que coadyuvó en esta tarea, para satisfacer la dieta propia de los europeos, fue el de Santa Catarina, único casco de hacienda que conserva el municipio, desplazado hacia el norte de la mancha urbana.

La ciudad y su laguna, en medio de un estadio de montañas, conviven en la actualidad con extensas superficies de plástico. Son los invernaderos que cultivan una serie de productos alimenticios que son transportados al extranjero. Las empresas han crecido de forma descomunal, y los terratenientes han accedido a la renta de sus respectivos predios. Aunque representa una importante fuente de trabajo para la comunidad, algunos argumentan que se deben a estas islas de plástico los drásticos cambios climáticos a los que se ha visto sometido el valle en los últimos años.

También los huertos de aguacate se han extendido sin piedad, desapareciendo ancestrales bosques de especies endémicas para explotar las superficies de una tierra que tiene fama por los contenidos de sus ricos minerales, benevolencia que debemos a las constantes exhalaciones del volcán. El orgullo de ser el más importante productor de este fruto en el Estado, ha permeado ya sus irreversibles consecuencias en la municipalidad.

Como quiera que sea, el tercer milenio ha traído para Ciudad Guzmán nuevos bríos con los que piensa enfrentar el, todavía, incierto futuro que le depara. Aunque es una ciudad que ofrece las comodidades de la vida moderna, su relativa tranquilidad la hacen ver aún provinciana, aspecto que no inquieta a sus pobladores, dado que esta característica los mantiene viviendo bajo una esperanzadora perspectiva trascendente.


Número de visitas: 139,266